Según cifras recientes publicadas por las Naciones Unidas, vivimos en un mundo urbano. Más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas. En lo que respecta a Europa, Norte América y Oceanía, esto ya era así en los años 50 del pasado siglo. Somos tantos ya, y desde hace tanto tiempo, los que hemos pasado a engrosar estas cifras de población urbana, que ya casi se nos olvida que existen otros modos de vida, o que han existido.
Para identificar un área urbana se emplean parámetros como el número de habitantes, la densidad de población, la conformación de paisaje e infraestructuras o criterios funcionales relativos a la actividad económica, siendo los sectores secundario y terciario los de mayor importancia, y quedando relegado el primario a valores muy reducidos. Dentro de esta clasificación, las ciudades son la máxima expresión de un área urbana. Desde las primeras ciudades en torno al año 3.000 a.C., éstas son el centro del cambio, el núcleo del que surgen las iniciativas que nutren el progreso. Se consideran el foco de la innovación, de la distribución y el consumo, constituyendo el motor económico de los países, continentes o, incluso, algunas de ellas tienen influencia global.
Junto a las bondades de la ciudad, al igual que en todo, existe otra cara de la moneda. No es nuevo cuáles son los problemas tradicionales de las ciudades. Sin pensar mucho, cualquiera podría enumerar unos cuantos. Atascos, contaminación, peligros para la salud, desigualdad social, inseguridad, son algunos de los que han conformado nuestras realidades urbanitas en las últimas décadas. Y, éstos, son sólo los que afectan a la calidad de vida en las ciudades, pero hay otros relacionados con la generación de residuos, la sobre-explotación de recursos, o la infinidad de consecuencias que tiene la actividad urbana sobre su entorno no urbano.
La realidad urbana necesita hacer el ejercicio de tomar perspectiva para poder enfocar sus fortalezas y desarrollar su capacidad de generar soluciones innovadoras. Soluciones que contribuyan, tanto al equilibrio entre las funcionalidades urbanas y las necesidades de las personas, como al equilibrio entre sectores de actividad, que, además, no se restringen a las áreas urbanas. Se trata de buscar la sostenibilidad de un mundo conectado y que no se acaba al cruzar la frontera de la urbe. Esta ‘revolución urbana’ que hemos vivido hasta ahora está cambiando y se respiran nuevas iniciativas, que van tanto en busca de la mejora de la calidad de vida en las ciudades como en pos del equilibrio urbano-rural.
Me preguntaba por qué ahora este cambio y desde cuándo exactamente. Este cambio viene de la Unión Europea, de su Estrategia Europa 2020, en gran medida. El programa para 2014-2020, que se preparó ya en 2010, aborda esta realidad urbana y propone las directrices que los países miembro podemos implementar para lograr los objetivos a 2020. Y mi pregunta se volvía a repetir, por qué ahora, por qué todos a la vez, cómo desde Europa, ya en 2010, propusieron esta nueva r-evolución urbana, que ahora toma forma. Y la respuesta me ha parecido muy sencilla, y por lo sencilla, he creído que no debía ser muy equivocada. Simple y llanamente, hemos tomado conciencia de que hemos venido a quedarnos, y de que nuestra realidad urbana no es casual ni pasajera, sino que se ha convertido en estable y, además, va en aumento. Y, si esta es nuestra realidad, no nos queda otra que gestionarla para que funcione correctamente, que responda a lo que necesitan las personas y que respete el equilibrio en la gestión de los recursos, si queremos seguir aquí.
Siendo así, y en respuesta a estos nuevos aires, los cambios que se empiezan a dibujar en las áreas urbanas siguen los patrones de lo que conocemos como desarrollo urbano sostenible e integrado. Estamos siendo testigos de cómo las ciudades tienden a ser lugares más inclusivos, dotados de herramientas para convertirse en ‘ciudades inteligentes’, buscan convertirse en ‘ciudades verdes’ adoptando soluciones a la contaminación, además de lugares donde se pone en valor el patrimonio y se ofrece un turismo de calidad, o, incluso, donde se pretende lograr una conciliación entre vida y trabajo, y se trabaja en nuevas soluciones para acabar con la pobreza y exclusión social.
En este marco, se está dando especial importancia al hecho de tomar el pulso constantemente a la satisfacción y calidad de vida en las ciudades. Se trata de la nueva forma de diseñar soluciones, la conformación de la ciudad ideal ha salido de los gabinetes de las autoridades urbanas y se nutre ahora de una intensa participación social, que consigue sacar las ideas e innovaciones de las iniciativas individuales, privadas o de cualquier tipo, para que enriquezca la gestión pública. Estos nuevos mecanismos de interlocución entre las autoridades y la sociedad civil fomentan el intercambio de conocimiento y el desarrollo de sinergias, consiguiendo que los cambios se produzcan más rápidamente y en consonancia con las necesidades reales de los habitantes de los territorios. Estas iniciativas, que surgen desde abajo, constituyen la innovación aplicada al bienestar social y, gracias a la tecnología que acelera los cambios, parece que nuestra ciudad ideal cada día es más una realidad que una ficción.
Ya que la ciudad es el motor impulsor del cambio, la Unión Europea ha puesto de manifiesto su papel en esta gestión integral territorial. Y lo ha hecho a través del lanzamiento de muy diversas iniciativas y programas que ponen el foco en las autoridades urbanas, con el objetivo de proporcionarles los medios para que impulsen esa transformación que se está iniciando.
En AUREN estamos trabajando con municipios de toda España, que han visto este cambio en la gestión urbana y han tomado la decisión de unirse a la iniciativa. En la pasada convocatoria de Estrategias de Desarrollo Urbano Sostenible e Integrado, financiada con Fondos FEDER 2014-2020, nos satisface haber podido ayudar a obtener estos fondos a todos los municipios a los que hemos asesorado, gracias a los cuales podrán empezar, en los próximos meses, a implementar las líneas de actuación financiadas. Las actuaciones se llevarán a cabo de aquí a 2022, y abarcarán ámbitos como la eficiencia energética, la movilidad urbana sostenible, la conservación del patrimonio, la prevención de la contaminación, la lucha contra la pobreza y la desigualdad, y el desarrollo de herramientas de Smart City, entre otros.
En España, las autoridades urbanas son muy conscientes de esta nueva realidad, y casi todos los municipios se han equipado ya con la ilusión y objetivos a medio y largo plazo, para subirse a este impulso que nos brinda Europa, y sacar adelante todos los proyectos, ideas, iniciativas que se quedaron en el cajón por falta de fondos o por falta de herramientas, así como aquellas nuevas iniciativas que surgen cada día. Los próximos objetivos en los que se puede seguir trabajando para sostener este impulso giran en torno a la economía circular, la inclusión de migrantes y refugiados o la dinamización de la innovación y la competitividad, por citar algunos. Parece que es un buen momento para apostar por mejorar nuestro entorno y fomentar la creatividad y puesta en marcha de proyectos entusiastas, que nos lleven a vivir en un territorio funcional diseñado para vivir en él, ahora y por mucho tiempo.
Cristina Sempere, responsable del servicio de Proyectos Europeos de Auren