Cuando hablamos de “estructura financiera”, nos referimos a la composición de la financiación de la empresa en términos de orígenes de los recursos financieros necesarios para soportar la actividad económica.
Nos estamos refiriendo a los “aportadores de fondos”, aquellos que arriesgan sus excedentes financieros (ahorros) en una actividad empresarial.
Dicho así, a cualquiera de nosotros nos resulta muy fácil identificar a estos aportantes como accionistas y entidades financieras. No incluimos habitualmente en tal casuística a los proveedores comerciales, ya que en términos estrictos los fondos que aportan no lo hacen con una componente estrictamente financiera, al no esperar una remuneración de sus capitales por medio de una tasa de retorno (rendimiento financiero) en el fondo subsiste un claro componente comercial.
Accionistas y entidades financieras requieren para compensar el riesgo que supone la entrega de sus fondos y por lo tanto la renuncia al consumo inmediato, de una tasa financiera. Es a la ponderación de las tasas financieras de cada uno de ellos lo que conocemos como COSTE DE CAPITAL.
Tradicionalmente se nos ha trasladado la idea de que este coste debe minimizarse e intuitivamente esto parece una evidencia, pero tan solo lo parece.
El coste de una entidad financiera puede reducirse por la vía del descenso de los tipos de interés y/o por la del diferencial. La primera tiene que ver con cuestiones del marco macroeconómico que la empresa no controla, la segunda con la percepción del riesgo financiero por parte de las entidades, es decir, está en consonancia con el “Rating” de la firma.
En un contexto de bajos tipos de interés y en la medida de que el grado de capitalización y generación de cash flow libre de la empresa mejore, lo habitual es que el rating mejore, llevando a la empresa hacia diferenciales más amables.
El coste de los accionistas a su vez puede reducirse por la vía de la mejora de los mercados financieros en general (Los tipos libres de riesgo y los diferenciales sobre las inversiones de riesgo) y de la precepción del riesgo empresarial por parte del mismo accionista. Esto presionaría a la baja las demandas de los propietarios sobre el flujo de dividendos y de sus expectativas de crecimiento de valor de la acción.
El problema, viene determinado por el hecho de que tarde o temprano, en una reducción progresiva de las tasas demandadas por los accionistas, el mercado financiero ofrecerá mejores alternativas para similares niveles de riesgo. De esta forma el accionista tiene una gran motivación hacia la desinversión.
Pero, volvamos a los principios básicos: Hemos dicho que el coste de capital es una NECESIDAD, derivada de los fondos que financian la actividad económica.
Nuestras inversiones deben generar un RETORNO que sea capaz de remunerar el coste de capital y dejar un excedente que propicie la generación de riqueza en la compañía. Esta es la regla básica de la generación de valor de una empresa: situar el rendimiento de las inversiones por encima del coste de capital y una vez activado este interruptor, hacer crecer la cifra de negocio (Eficiencia + Crecimiento = Valor)
Por lo tanto, deberíamos poner más énfasis en que los rendimientos se sitúen por encima del coste de capital y en especial el coste de nuestros accionistas, más que en la reducción per se del coste de capital ya que a medio plazo esta política, digamos restrictiva, no nos lleva hacia el crecimiento del valor y por tanto no creo que favorezca los intereses de nuestros accionistas.
Es aquí donde el control de gestión en su aspecto más financiero cobra especial valor. Las empresas deben ser muy activas en sus modelos de control de gestión, iluminando cualquier decisión de gestión desde una perspectiva financiera, midiendo los impactos en términos de rendimiento y su relación con el coste de capital.
A menudo asistimos a clientes interesados en mejorar sus herramientas de gestión y nos encontramos que se focalizan demasiadas orientaciones comerciales, olvidando estos aspectos financieros que son fundamentales para conseguir el equilibrio entre la evolución y crecimiento den la compañía y los intereses de los financiadores fundamentales, a los que nunca debemos olvidar y menos en nuestro día a día.
Fernando Álvarez Blanco, Socio Auren Corporate