Una de las características del tejido industrial español es la reducida dimensión de sus compañías, si se las compara con la de otros países de nuestro entorno occidental, como Alemania, Estados Unidos o Francia. A modo de referencia, más de un 80% de las empresas españolas no tiene más de dos empleados.
Relacionado con la falta de tamaño de las empresas están la falta de capitalización, la dificultad para atraer talento directivo o la precariedad laboral. En este sentido, es importante que las empresas sean grandes para que sean competitivas.
Por otra parte, uno de los sectores de actividad en los que España destaca (junto a otros como el sector turismo) es el de la alimentación. Esto está relacionado, en buena medida, con nuestra benigna climatología, pero también con nuestra cultura gastronómica y nuestra forma de entender el ocio. Las regiones mediterráneas como Almería, Murcia o la Comunidad Valenciana, entre otras, surten de frutas y verduras a buena parte del continente europeo.
Con la llegada de la crisis económica, y de forma más acentuada a partir del 2010, las empresas españolas se han visto obligadas a abrirse al exterior para sobrevivir. Algo que en otros países se ha visto siempre como una oportunidad y se viene practicando desde hace muchos años (la exportación y la salida de las compañías al extranjero, abriendo filiales o instalaciones productivas en otros países), en nuestro caso se ha detonado en momentos de imperiosa necesidad, porque “no había más remedio”. En todo caso, nuestro proceso de apertura al exterior ha sido muy exitoso y ha servido para comprobar que nuestras empresas pueden ser competitivas fuera de nuestras fronteras y, de hecho, lo son.
Así, tenemos, por una parte, empresas de tamaño insuficiente y con poca experiencia internacional. Y, por otra, a causa de la climatología, cultura e historia, tenemos un sector alimentario muy desarrollado y capaz, que cuando se ha visto en la necesidad de competir en el extranjero, lo ha hecho con éxito. ¿Cómo cerrar el círculo y hacer que las cosas nos vayan mejor (aún)?
Por supuesto, la solución no es única. Hay muchas teclas que pueden tocarse para conseguirlo: recurrir a las fusiones y adquisiciones, integrarse con otras empresas complementarias, comprar compañías que nos permitan incrementar nuestra gama de productos, que nos permitan implantarnos más rápidamente en otros mercados, que nos aporten marcas reconocidas de las que quizás carezcamos en ciertos mercados, etc. Todo esto parece una buena solución para construir a partir de nuestras fortalezas y para poder combatir nuestras debilidades.
Crecientemente las compañías alimentarias españolas acuden a las fusiones y adquisiciones con naturalidad, como una herramienta útil para hacerse más competitivas, integrando este mecanismo como una opción, como una herramienta más de la empresa.
La gran cantidad de liquidez existente en la actualidad en el mercado (en forma de recursos propios por ejemplo a través de los fondos de capital riesgo, o en forma de recursos ajenos mediante financiación bancaria o financiación de fondos de deuda) y los bajos tipos de interés actuales, entre otros, hacen que nos encontremos en una coyuntura muy favorable para aprovechar las fusiones y adquisiciones como forma para las empresas alimentarias españolas de ganar competitividad.
Sergio Cerdán, Socio de Auren Corporate